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Relación sexual liberal

Valérie Tasso: Mantener el amor y el deseo

Hace más de 20 años que visité un club de swingers por primera vez. Fue una experiencia personal innovadora y enriquecedora que me enseñó mucho sobre la mecánica de las relaciones, el deseo y la sexualidad, y todavía, hoy, lo hace. Esta es mi historia, una historia que me hizo crecer personalmente y abrirme a nuevos mundos.

Por Valérie Tasso

Eran casi las cinco de la mañana y allí seguíamos los cuatro. Acodados en la barra, Steve y yo, un paso por detrás nuestro, Carlo, mi pareja e Ingrid, la pareja de Steve. El ambiente del local era agradable; una semi penumbra nos iluminaba lo suficiente como para mantener la intimidad sin por ello dejar de ver la cara de nuestros interlocutores, una suave música predisponía a la relajación pero no impedía escuchar, en sus más variados registros, al otro. Era el otoño de 1998, París tenía la coloración amarillenta de las hojas moribundas y para Carlo y yo, que llevábamos tres años juntos, era la primera vez que asistíamos juntos a un local liberal. ¿Cómo habíamos llegado hasta allí?

La gestión de la promiscuidad

Como ser humano y como sexóloga, sé una cosa; cualquier pareja que se sostenga en el tiempo va a acabar, tarde o temprano, exponiéndose a las fuerzas centrífugas de la promiscuidad individual. Cualquier pareja va a tener que afrontar, en algún momento, el hecho de que la emergencia del "otro" pueda activar el deseo de nuestra pareja. ¿Significa eso que desear más allá de la pareja, que el tener la voluntad de "mezclarse" y explorar nuevos territorios sea un problema? No, significa tan solo que tanto tú como tu pareja sois humanos, que, como diría Nietzsche, no estáis "fijados" sino en continuo "proyecto", es decir, que existís. El anhelo por ese "otro" externo a la pareja solo deviene un problema para la pareja cuando su finalidad es desactivar la propia pareja (buscar un "reemplazo" permanente) o cuando a la pareja le asalta y es entendida bajo ese confusa, trágica y belicosa categorización de la "infidelidad".

En realidad, aventurarse estando en pareja estable, hacia un cuerpo y un paisaje distinto, no es el sinónimo indefectible de desamor hacia la propia pareja, por más que el orden moral, tan antiguo como el fuego, así nos lo quiera hacer creer. Es un riesgo, ¡qué duda cabe!, que hay que saber medir y gestionar con mano de cirujano si se quiere preservar a la propia pareja, pero que, en cualquier caso, es algo que llegado el momento hay que afrontar. El "swinging" o la erótica de las parejas liberales es una manera, entre muchas otras, de afrontarlo, una solución formulada frente a ese inevitable dilema que nos asalta cuando, amando profundamente a nuestra pareja, deseamos otros cuerpos y otras experiencias.

"Compartir" la pareja es mucho más que "intercambiar"

Las dudas de Carlo, antes de que aquella noche tocáramos el timbre de aquel portal, eran absolutamente razonables. Dudas sobre si nuestros afectos mutuos habían variado, dudas sobre cómo sería la resultante de esa experiencia y dudas sobre qué era y cómo funcionaba aquello de ir a un local "liberal". Recuerdo que, sentados en el coche, frente al local, todavía hablábamos sobre ello. "No es una orgía, Carlo, en sitios así la primera regla es que nadie obliga a nadie a nada… podemos simplemente tomar unas copas y charlar con alguien", le dije. Carlo me miró entre envuelto por la curiosidad y arropado por el pánico. "se trata de 'intercambiar' nada", continué … "no es que yo me vaya con otro y tú con otra, es que los dos juntos, como pareja, comprobemos que se puede follar con otro sin olvidarnos el uno del otro …" Pude notar un ligero temblor en su mano cuando, tras sonreírme, Carlo abrió la puerta del coche.

Relación sexual liberal
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Liberarse, una emoción muy madura de las parejas

Es una solución, un remedio que posibilita que una pareja se siga amando sin tener que renunciar por ello a los deseos individuales de los amantes sin dañar al amado ni incumplir ningún acuerdo, pero, como cualquier "pharmakón", puede devenir también un veneno. Por eso requiere, así lo explico muchas veces en consulta, un uso emocionalmente muy maduro por parte de los dos miembros de la pareja. Hay que saber perfectamente lo que se hace, el por qué se hace y el cómo se hace. Y hay que saber que, si la iniciativa no está sólidamente acordada y respaldada por los dos, el resultado, lejos de aglutinar la pareja, puede actuar como un disolvente. No parece muy claro todavía lo de que, para amar, haya que "privatizar" en la pareja el cuerpo, el deseo y el gozo propios y que sea en sí mismo un acuerdo. Es más una especie de convenio tácito, de dudosa apetencia de partida…

Lo de la mal llamada "fidelidad" es como algo que "viene de serie" y que, en cuanto tan solo se asume por la pareja, no se acuerda explícitamente con lo que deviene más impositiva que pactada. Y es que ya sabemos que el enamoramiento, a diferencia del amor, es territorial y posesivo como un pitbull en casa propia. Lo que sí es de verdad un acuerdo, y en cuanto tal requiere de las condiciones propias y exigencias de cualquier pacto, es lo que subyace en una pareja "liberal" que se ama.

El Cap D’Agde

El verano pasado, visité durante unos días con mi pareja y unos amigos el complejo turístico de Cap D’Agde, conocido por el naturismo y por ser posiblemente el lugar más célebre del mundo de encuentro de "swingers". El segundo día, cuando caía la noche y la temperatura resultaba más agradable, callejeábamos por entre unos abarrotados tenderetes nocturnos en busca de un lugar donde cenar algo. Casi sin quererlo, mi vista se posó sobre un apuesto hombre maduro que hablaba apasionadamente con otras personas desde la esquina de una céntrica mesa. Le acompañaba una chica preciosa, mitad oriental mitad occidental, que exhibía con desenvoltura y elegancia sus hermosos senos. Había algo en ese hombre, más allá de su locuacidad, de sus buenas maneras y de su jovialidad que hizo que me fijara en él. Era Carlo, veinte años después. No pude evitar que mi rostro dibujara una cómplice sonrisa. Ni tampoco pude evitar recordar su temblorosa mano abriendo la puerta del coche aquella madrugada de otoño en París.

 

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