Mi primer trío - por Lucien Sorel

*******orel Hombre
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Mi primer trío - por Lucien Sorel
No recuerdo el año pero era muy joven. Había salido de una relación tormentosa, que además fue mi debut en esto del amor, y la cabeza en esa época bullía con inseguridades. Me apunté a una de esas primeras páginas de contactos donde, supuestamente, podías conocer a gente liberal que buscaba sexo sin compromiso. La realidad era que, previo pago, podías escribir a perfiles fantasmas, bots y personas que no se habían conectado en los dos últimos lustros. Me sentí estafado, había pagado un mes y aquello parecía desierto, así que lo dejé y me olvidé. A las dos semanas recibí un mensaje de una chica.

La chica se llamaba Julia, era un poco más mayor que yo y le había parecido "mono". Me invitaba a una fiesta que iba a celebrar en su casa con su marido. Su marido era un señor cincuentón que se llamaba Alberto, se habían casado hace un par de años y vivían en un loft en el centro mismo de Valencia. Después supe que el tal Alberto era un empresario de éxito en la ciudad. Nos enviamos un par de mensajes más y nuestros números de teléfono. Recibí un SMS con la dirección y la hora. No, todavía no existía la mensajería instantánea ni las redes sociales. Pese a eso, o quizá gracias a ello, la gente era más seria.

Apenas cené ese día, estaba muy nervioso. Llegué antes de la hora indicada y me di un paseo por el lugar. El edificio era imponente y, dios mío, tenía portero. Les escribí inmediatamente y me dijeron: "No te preocupes, di que vas al piso de Alberto *****, él te indicará". Apreté los puños, me arrogué de valor y me encaminé hacia la puerta.

• Bu..buenas noch..es, he quedado con el señor Alberto ***** - dije tartamudeando.

El portero me miró de arriba abajo y, con una sonrisa me indicó que subiera al cuarto piso, pasillo derecho, número 32. Primera prueba superada, pensé. El corazón me latía al borde del infarto mientras un hilo de musiquita embriagaba tenue el ascensor. Cuarto piso, pasillo derecho...puerta 32, aquí era. Una última bocanada de aire, un temblor en mi frágil autoestima, y un rápido toque con los nudillos para impedir que me echara atrás en la misma puerta. Me abrió Julia.

Julia era una chica de 25 años, casi tan alta como yo. Iba descalza, piel blanquísima, ojos claros y rubia. Llevaba una camiseta de estar por casa y una faldita verde. Iba vestida informal y estaba guapísima. Con una sonrisa me invitó a pasar y al escuchar su acento adiviné que era brasileña. Su marido, Alberto, fumaba un puro y me estrechó la mano con seguridad. Me pareció bastante mayor. Inmediatamente pensé qué demonios hacía una chica como Julia con este señor que podría ser su padre, era gordo, con nariz de boxeador y bastante feo. Pero quién era yo para juzgar los caminos inescrutables del verdadero amor, ¿eh?. Me dijeron que me pusiera cómodo, que todavía faltaba una persona por llegar. No tardó ni cinco minutos. Alberto abrió la puerta y entró una chica de la edad de Julia, pelo rubio platino recogido en una coleta, jersey fucsia donde se apreciaban dos pechos turgentes, falda clara y botas altas. Nos presentamos todos. El matrimonio había organizado una especie de intercambio de parejas en el que yo iba a estar con la bella Julia y mi querido anfitrión con la nueva chica llamada Vanessa. No me pareció mal plan. Antes de nada nos tenían que explicar las normas, que eran muy sencillas: el sexo oral y la penetración con condón, sin excepciones. Acepté y nos pusimos cómodos en la cama.

Hablé mucho con Julia. Muchísimo. Me contó que, efectivamente, era brasileña, que tenía una hija, que la tuvo muy joven, que se divorció, que se vino para España, que conoció a Alberto en Ibiza, que se enamoró de él gracias a lo mucho que sabía de matemáticas (?), que se habían casado hace dos años, que trabaja llevando una agencia de modelos en Valencia, que habían hecho separación de bienes desde el primer momento (no fuera a pensar yo que Julia se casó con Alberto por el vil metal). Hablamos de lo divino y de lo profano, de la vida, de la literatura, de cine, de David Bowie, de proyectos, de sueños, de Dios e incluso de sexo, hasta que una voz gutural nos interrumpió.

• ¡Menos hablar y a follar!

Julia se rió y me dijo que le gustaba hablar conmigo, mientras acariciaba suavemente mi brazo. Estaba muy cortado y le acaricié tímidamente la pierna. Julia se acercó a mí y empezó a besarme. Ese beso me atravesó como un relámpago. Noté como un bulto surgía de mi pantalón. Abracé a Julia y ella se sentó sobre mí sin parar de besarnos, ya con desenfreno. Se rozaba ella misma con mi bulto mientras metía su lengua en mi boca. Yo la sujetaba del culo, subiéndole la falda y dejando al descubierto un tanga negro. La tumbé en la cama y recorrí con mi boca sus piernas mientras iba subiendo, aparté el estorbo del tanga y hundí mi lengua en su raja húmeda de deseo. Ella empezó a gemir despacio y su marido se asomó para comprobar que, al fin, habíamos hecho caso de su consejo.

• Mira, estos ya están al lío.

• Yo...tengo a mi novio esperando abajo - dijo Vanessa con un hilo de voz.

• Espera - dijo Alberto, y abriendo un cajón sacó 200 euros y una bolsita de polvo blanco. Pintó dos rayas, se esnifó una y ofreció la otra a Vanessa. Ella dudó un instante, pero esnifó el polvo de hadas rápidamente.

• Toma - dijo Alberto extendiendo los 200 euros. - Dile a tu novio que se de una vuelta y vuelve a subir.
• Claro... sí, ahora hablo con él.

Y se encaminó a la puerta para salir del loft.

• Esa ya no vuelve - dijo Julia mientras yo seguía comiéndole el coño. - No tendrías que haberle pagado aún.
• Si quiere, volverá. Si vuelve será porque le da morbo, y si no vuelve Lucien tendrá que irse.

Yo levanté la cabeza un segundo pero Julia, gentilmente, me volvió a indicar que siguiera con lo que estaba haciendo.

• No, él no se va - dijo mientras alargaba la mano para abrir un cajón y sacar un condón.

Me pidió que me desnudara y que me tumbara boca arriba. Sacó el condón, me lo puso hasta la mitad, y empezó a chupármela. Alberto se encendió el mismo puro de siempre y se sentó en un sillón para admirar como su mujer devoraba mi polla. Julia se dio la vuelta para mantenerme ocupado en un 69 mientras su marido se levantó y sacó una pequeña cámara digital.

• No te preocupes, no saldrá tu cara. - dijo mientras hacía las primeras fotos.

Estuvimos un buen rato ya que tengo la gran capacidad de deleitarme con todo lo que tiene que ver con el sexo oral. Y Julia también parecía disfrutarlo a tenor de las friegas que se daba contra mi boca y los espasmos que le arrancaba al recorrer con mi lengua cada parte de su ser. Cuando Alberto se cansó de hacer fotos, se desnudó por completo y nos invitó a su mujer y a mí a ir con él. Julia se puso de rodillas a los pies de la cama y empezó una felación alterna.

• ¿No es esto lo mejor de la vida? - me preguntó Alberto, dándole una calada a su eterno puro. Yo, que había vivido muy poco, no tuve más remedio que asentir al ver cómo Julia trataba de meterse las dos pollas a la vez en la boca. La mano de Alberto se deslizó de mi hombro a mi espalda y de ésta a mi culo. Di un respingo y me aparté levemente. Julia pareció entender que ahí se acababa la mamada y se tumbó en la cama boca arriba con las piernas bien abiertas. Subí encima de ella, empecé a penetrarla con cuidado mientras besaba sus pequeños pechos. Entrelazó sus piernas a mi alrededor y empezó a besarme. Era tan bonito aquello que lo que noté a continuación me heló la sangre. En mi hombro, subiendo hacia mi cuello, noté los labios de otra persona. Alberto me estaba besando la espalda. Julia notó mi cara de terror y, en un ademán, pidió a su marido que se detuviera. Escuché resoplar a Alberto y, mientras yo seguía dentro de su mujer, él se esnifaba otra raya. Llegó a ofrecerme una como para hacer las paces pero yo decliné unirme a su genocidio neuronal. Una mujer tan bella como Julia merecía todos y cada uno de mis sentidos.

A ver, yo no era el chico más guapo del mundo pero tenía 20 años y estaba lleno de energía. Follé de forma inagotable con Julia en todas las posiciones que podía improvisar; encima de mí, de lado, a cuatro patas, tumbada boca abajo, de pie al lado del espejo... Alberto se unía cuando no estaba bebiendo o esnifando. La primera vez que logré correrme esa noche fue cuando Julia exploró más allá de los límites de mis testículos.

• ¿Te gusta? - me preguntó.
• Nunca me lo han hecho. - dije con sinceridad.

Y empezó con su lengua a recorrer mi ano. Yo sentía una mezcla de vergüenza y excitación máxima. Me quité el condón y empecé a masturbarme furiosamente notando los lametones de Julia, que jadeaba mientras su marido la penetraba por detrás. Con ese cuadro me corrí a borbotones sobre mi pecho, procurando que nada de mi simiente manchara la carísima colcha que a duras penas resistía en la cama. Quedé extasiado y Julia se rió. Me acompañó a la ducha y se metió conmigo para limpiarnos bien el uno al otro.

Cuando salimos de la ducha Alberto se había quedado profundamente dormido. Julia le tapó con una sábana y me preguntó si tenía hambre. Le confesé que una poca aunque estaba completamente desmayado. Sacó una caja de Miguelitos de La Roda y abrió otra botella de Moët. Cogí un Miguelito y casi lo devoro de un bocado.

• Me los han traído hoy de un horno muy bueno, son los originales.

Yo sonreí con la boca todavía llena de migas ante ese feliz suceso. Ella me miró muy seria, dejó la copa encima de la encimera y se agachó ante mí. Empezó a chuparme la polla de nuevo y yo, de reojo, miraba hacia la habitación donde dormitaba su marido preocupado porque lo estaba haciendo sin condón. Me acababa de correr hacía menos de 15 minutos pero Julia había conseguido gracias a una técnica infalible que aquello se volviera duro como la roca en dos segundos. Agarré firmemente a Julia del pelo y la apreté contra mí. Esa la volvió loca, empezó a lamer y a meterse todo el miembro en la boca. Se sentó de un salto en la encimera y con las piernas me atrajo hacia ella. Mi polla estaba rozando su abertura y con un gesto rápido entró de lleno. Yo abrí la boca sorprendido, ella me besó para ahogar sus gemidos. La follé bruscamente sobre la encimera y nuestras lenguas se entrelazaban en su boca. No pude aguantar mucho, quise separarme pero ella no me dejó.

• No dejes de follarme. - susurró.

Yo aguanté, aguanté y me corrí dentro de ella. La miré fijamente a los ojos y nos fundimos en un abrazo. Escuchamos un ruido en la habitación y nos separamos rápidamente. Julia entró al baño un momento mientras yo recogía mis cosas en silencio. Cuando terminé de vestirme, Julia ya había salido del baño y Alberto se había despertado. Me despedí de Julia con un largo beso y Alberto me acompañó a la puerta.

• Te lo has pasado bien, ¿verdad? - me guiñó un ojo y en ese instante supe que se había enterado de todo.

• Mucho. - dije nervioso.

• Muy bien, muy bien. - y dándome una palmada en la espalda me invitó a salir de su piso.


No volví a ver a Julia hasta muchos años después. Una tarde la vi a lo lejos en El Corte Inglés. Seguía estando igual de guapa y llevaba con ella un perro de miniatura en el bolso. Pensé en acercarme y decirle algo pero quizá tuve miedo de que no se acordara de mí.


Lucien Sorel.
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