Nadia

******ige Hombre
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Nadia
Allí estaba ella, con su media melena negra. Su sonrisa cautivadora. Y esa mirada que me hechizó. Esa mirada tan
suya, con esa mezcla de luz, de picardía, de inocencia, pero también del más profundo deseo desenfrenado. Esa
mirada que me dejaba sin palabras, que aceleraba alocadamente mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
Nadia brillaba en medio de la multitud. Su sola presencia capturaba tu mirada y ya no la dejaba, como un agujero
negro que captura la luz. Su aroma era cautivador, embriagador, hipnótico. Y yo estaba allí, delante de ella quieto
como una estatua. Absorto en su belleza. Perdido entre su mirada y sus labios. Eso labios húmedos, brillantes,
hambrientos de besos. Lentamente agaché mi cabeza, mientras con mi mano derecha me acercaba a su mentón y
colocaba mi dedo índice doblado bajo su barbilla y lentamente lo alzaba, para aproximar su cara a la mía. Mis labios
estaban sedientos de los suyos. Ella, impasible, con sus ojos oscuros clavados en los míos, respiraba lentamente.
Finalmente, mis labios acariciaron los suyos. Dulces. Cálidos. Suaves. Tiernos. La besé suavemente una vez. Dos
veces. Tres veces. A cada beso estaba más y más habido de sus labios. De su lengua. Volví a besarla, esta vez
mordisqueando su labio inferior. Su respiración se aceleró. Y ella me besó con deseo. Con pasión.
Mis manos agarraron su cintura. La aproximaron a mí. Quería que su cuerpo se fundiera con el mío. Noté la presión
de sus senos contra mi cuerpo. Y eso solo hizo que mi deseo por ella, ardiera fuera de control. No sé cuánto rato
nos estuvimos besando, podrían ser segundos, minutos, horas o eones, no era consciente de nada que no fueran
sus labios y su cuerpo prieto contra el mío. Finalmente nos separamos un poco, sus brazos rodearon mi cuello.
Nuestros labios sonrieron, mientras nuestras miradas se fundían en una.
“Cuánto te deseo Nadia” acerté a susurrarle.
Ella me miró y sonrió y me volvió a besar lentamente.
Mi deseo por ella ardía como un volcán en erupción. Mis manos fueron hasta la cremallera de su vestido y
lentamente la bajaron. Ella al notarlo, se separó de mí, me miro burlonamente y entre sonrisas susurró:
“¡Mira que pícaro es él!”.
Yo, sonriendo ante su comentario, me acerqué a su oído y le susurré muy lentamente:
“No sabes cuánto. Cierra los ojos. Estate absolutamente quieta. Y si me haces caso descubrirás cuan
travieso, pícaro y provocadoramente excitante puedo llegar a ser.”
Ella ante mis palabras, dio un ligero respingo. Me miró. Sonrió. Se lamió los labios lascivamente. Y lentamente cerró
los ojos. Dando con su silencio su aprobación a mi petición.
Me separé de ella dejando que sus brazos cayeran lentamente lacios a cada lado de su cuerpo. Su respiración se
aceleró un poco, quizás fruto de lo que trataba de imaginar que estaba por llegar.
Me quedé unos segundos observándola atentamente. Luego poco a poco empecé a caminar a su alrededor
contemplando detenidamente su figura, su ropa, lo que mostraba, lo que dejaba entrever. Finalmente me detuve
detrás de ella, lentamente le aparté el cabello del cuello y acerqué furtivamente mis labios. Y cuando apenas un par
de milímetros los separaban de su cuello, sople suavemente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Y acercándome
a su oído le susurré maliciosamente:
“shh tienes prohibido moverte, si quieres que te haga disfrutar. Ahora estate aún más quieta, porque voy a
vendarte los ojos.”
Dicho esto, saque una venda negra de terciopelo que llevaba doblada en el bolsillo del pantalón. La extendí. La
doble para asegurarme que no pudiera ver a través, y con mucho cuidado se la puse delante de los ojos y procedí a
anudarla. Volví a dar unas cuantas vueltas a su alrededor lo más sigilosamente posible, para desorientarla. Que
cualquier pequeño sonido que oyera le provocará un respingo de nerviosismo.
Me paré delante suyo. Y con mucho cuidado deslice los finos tirantes de su vestido negro hacia abajo. Ella al notar
el roce de mis dedos trató de moverse, pero al recordar lo que le acababa de susurrar contuvo el movimiento, pero
aun así no pudo evitar que su respiración se acelerase ligeramente. Cuando ambos tirantes habían caído, su vestido
solo se sostenía por el simple hecho de tener sus brazos pegados al cuerpo. Se los separé ligeramente, y el vestido
se deslizó del todo hasta sus tobillos.
Estaba delante mío, solo vestida con un pequeño tanga de encaje negro, que dejaba entrever su sexo depilado. Un
sujetador palabra de honor también negro. Y esos zapatos de tacón de aguja que daban vértigo de verlos, pero que
estilizaban sus pantorrillas y sus muslos. Y convertían esas piernas suyas en un símil de carne de unas estilizadas
columnas corintias.
Al contemplarla tan bella, tan sensual, no pude evitar que de mis labios se escapara un “wow” de asombro y
admiración. Ella debió de oírlo, porque se dibujó una pequeña y fugaz sonrisa de satisfacción. Pero rápidamente
recuperó su semblante estoico. Estaba decidida a seguir mis indicaciones al pie de la letra para poder gozar todo lo
que le había prometido. Volví a las andadas, y me acerqué a ella por la espalda. No pude evitar la tentación de
agachar mi cabeza y besar suavemente el nexo de unión entre su espalda y el cuello. Ante mi atrevimiento, ella
soltó un suspiro placentero. Y ladeó suavemente la cabeza para facilitar mi atrevimiento. Mientras le daba cuatro,
cinco o seis besos, ya ni lo recuerdo, mis manos se centraron en desabrochar ese sujetador que oprimía esos bellos
pechos suyos que tan loco me tenían. Afortunadamente para mí, esta vez, conseguí mi objetivo a las primeras de
cambio. Y una vez desabrochado, calló solo, liberando esos senos suaves y voluptuosos suyos. Mi mano derecha
rápidamente quiso asirlo y estrujarlo. Pero me contuve. No quería precipitarme por culpa de mi más que notoria
excitación por Nadia y por la situación.
Me alejé un poco, me dirigí hacía la mesa donde habíamos dejado las copas con el vino blanco, y lo más
sigilosamente que pude cogí uno de los cubitos que aún resistían casi intactos en la cubitera. Volví hacia Nadia,
separé el cabello de su cuello, acerqué mi boca a él. Ella volvió a ladear la cabeza ligeramente como sospeché que
haría, pero esta vez en lugar de sentir mis labios, sintió el cubito de hielo que pasaba rozando su piel. Ella no pudo
evitar un escalofrío. Su piel reaccionó al frio. Y su respiración se entrecortó brevemente. Con mucho tiento, pasé el
cubito por su cuello, por su hombro, y clavícula. Lo acerqué a su pecho diestro. Y con soltura y excitación lo acerqué
a su pezón. Este al sentir el frio reaccionó erizándose y toda la areola se encogió oscureciendo toda la zona y
haciendo mucho más deseable ese pezón erecto suyo. Cambiando el cubito de mano, aproveché que mi mano
derecha se había liberado del frio, para pellizcar ese pezón y también para retorcerlo un poco, buscando ese gemido
que Nadia luchaba por reprimir pero que finalmente no pudo evitarlo. Al oírlo, sonreí maliciosamente triunfante.
Repetí la operación con el pecho izquierdo, pero esta vez Nadia aguantó mejor el tipo, quizás dolida consigo misma
por haberme concedido el pequeño triunfo de ese gemido que se le escapó.
Con el cubito ya casi derretido del todo, fijé mi objetivo en ese tanga. Aun con lo sensual y erótico que era, suponía
un obstáculo para contemplar, el más bello monte de Venus que tenía como meta. Así que aún a pesar del posible
enfado de Nadia, cogí las tijeras que tenía preparadas y como si estuviera inaugurando una obra pública corté las 2
cintas que ocultaban el tesoro de mis anhelos. El tanga cayó en acto de servicio. Nadia yacía delante de mí ya
totalmente desnuda de pies a cabeza. No podía quitarle ojo de encima. Mis ojos recorrían todo su cuerpo sin saber
dónde detenerse. Mi deseo y lujuria por Nadia estallaron como lo hizo el Vesubio al sepultar Pompeya o el Krakatoa
a finales del siglo XIX. Me acerqué a Nadia por su espalda, pasé mi brazo izquierdo por su cintura, arrimándola
hacia mí, mientras mi mano derecha se dirigía hacia su sexo. Solo acariciar sus labios exteriores noté el grado de
excitación de Nadia. Estaba muy húmeda, casi podría decirse que chorreaban sus fluidos vaginales. Mis dedos
jugaron con sus labios, acariciándolos lentamente, luego más rápido. Alguna falange de mi dedo corazón se abrió
camino entre sus labios y empezó a penetrar en su sexo. Ardía de deseos, y los fluidos empapaban todo mi dedo.
Mientras tanto mi mano izquierda asió su pecho derecho estrujándolo, amasándolo, para luego volver a pellizcar el
pezón, que desafiaba mi irada y me hacía arder de deseos de morderlo. Para resistir la tentación hundí mi boca en
el cuello de Nadia, lamiéndolo, besándolo, mordisqueándolo. Su respiración se aceleraba y ella se debatía entre
soltarse y gemir o contenerse. Finalmente, cuando índice, corazón y anular penetraron de golpe hasta el fondo en
su coño, embebido de sus propios fluidos, Nadia no resistió más y soltó un sonoro gemido y masculló entre dientes:
“Por dios fóllame ya, no me tengas así de cachonda…”.
Cegado por mi deseo, le quité la venda, le di media vuelta y como pude la icé a horcajadas mientras su boca
devorada la mía a besos de deseo desenfrenado. La tumbé sobre la mesa, con sus muslos abiertos. Me baje los
pantalones y los calzoncillos y mi miembro erecto hizo acto de presencia. Nadia se retorcía poseída por su deseo y
su lujuria sobre la mesa. Yo me agaché dispuesto a beber de la fuente de la eterna juventud que se había tornado
su sexo. Torpemente primero empecé a lamer sus labios, al sentirlo Nadia empezó a retorcerse más y alternar
gemidos y jadeos. Sus manos buscaron mi cabeza, para apretarla contra su sexo, para que no dejara de devorar
semejante manjar. Cada vez más deprisa y mejor, más fruto del puro deseo desenfrenado que de mis habilidades
amatorias. Finalmente, más por azar que por habilidad, mi lengua y mis labios hallaron el refugio donde se ocultaba
el clítoris. Y empezó mi asedio a dicha zona, tras unos instantes que no se si duraron minutos o solo segundos.
Afloró el clítoris excitado y sin pensarlo un instante lo agarré entre mis dientes, quizás con más fuerza de la debida,
porque el grito que soltó Nadia, no sé si fue de dolor o de puro éxtasis o quizás una pequeña mezcla de ambos.
Solo sé que ella me miró gritó un:
“Fóllame ya, ¡por dios! Fóllame ya que deseo sentirte dentro mío, sentir tus embestidas empalarme hasta el
fondo.”
Ante esta petición de Nadia todo rastro de mi cordura desapareció y poseído totalmente por el deseo más
desenfrenado me levanté y agarré mi miembro y ensarté a Nadia con él tan profundamente como pude. Ella se
retorció de placer arqueando su espalda y con sus piernas atrapando mi cadera para que no huyera y siguiera
embistiéndola desenfrenadamente, lujuriosamente, desatadamente. Fuimos cambiando de postura y de sitios. En el
suelo ella me montó y me cabalgo como si de una amazona en plena carga a galope tendido. Mientras sus pechos
se bamboleaban furiosos delante mío hipnotizándome. Como pude los agarré, los estrujé y con un titánico esfuerzo
logré que Nadia se agachara lo suficiente como para devorarlos como devoraría un goloso un buffet libre de tartas.
Estuvimos toda la noche follando como posesos, no sé cuántos orgasmos tuvimos, solo sé que Nadia se quedó
dormida sobre mi pecho, exhausta, sudorosa, pero con una enorme sonrisa de satisfacción en sus labios. Y yo la
miré sonriente, acariciándole el cabello con suavidad para no despertarla y no romper la magia del momento. Y ese
preciso instante supe cuánto amaba a Nadia. Y cuánto la deseaba. Mientras estaba absorto en estos pensamientos,
ella se despertó. Murmuró un “Buenos días Tigre, tengo hambre y creo que sé que es lo que me apetece
comerme…” y mientras acababa su frase bajó hasta mi polla y empezó a juguetear con ella. Empezó a darle largos
lametones desde los huevos hasta el prepucio. Luego pequeños mordiscos con los labios a lo largo del tronco de la
polla. Yo no dejaba de mirarla absorto en su quehacer y ella sintiéndose observada clavó su mirada en la mía, sin
dejar de juguetear y lamer con deseo mi polla. Con su mano derecha agarró mi cada vez más erecta polla y empezó
a chuparme los testículos, llegando a sorberlos, primero uno y luego otro dentro de su boca y una vez dentro
juguetear con él con su lengua, desatando las primeras oleadas del placer que se estaba por venir. Tras jugar con
mis testículos un rato, varió y se fue al otro extremo. Y empezó a pasar la lengua lentamente por el prepucio, a darle
pequeños sorbos y en uno de estos dio un pequeño mordisco que me arrancó un sentido gemido de placer. Poco a
poco siguió lamiendo, chupando, mordisqueando mi prepucio, hasta que ya ardía en deseos de tragársela entera.
Me miró fijamente, se dio media vuelta y puso su sexo húmedo y lubricado a escasos centímetros de mi boca.
Estaba cachondísima y se le notaba. Mientras ella empezó a tragarse mi polla mecánicamente, con mis manos
azoté sus nalgas y las separé y contemplé ese culo suyo tan prieto. Deseoso de ella, empecé a lamer sus labios, a
sentir sus fluidos en mis labios, su gusto en mi lengua. Y hacia que ardiera más en deseos de ella, lamiendo con
más deleite, con más pasión intentando contener el frenesí. Mientras ella me hacia la mejor mamada que había
sentido y yo trataba de estar a la altura comiéndole su coño, una idea se cruzó por mi cabeza y poco a poco
introduje la primera falange de mi dedo anular en su ano. Ella al notarlo, dejó de lamerme la polla, giró su cabeza
hacia mí y son una sonrisa irónica suspiró un: “¡Por fin! ¿Te tomaste tu tiempo eh tigre?” y volvió a tragarse toda
mi polla hasta sentir su campanilla golpear mi prepucio. No sé el rato que estuvimos así, solo sé que de golpe tuve
una de las eyaculaciones más intensas que yo recuerde y ella se lo trago absolutamente todo. Tras darnos unos
segundos de respiro, se puso encima de mí a horcajadas, se acercó hasta mí y con sus manos sujetó las mías y me
susurró al oído que me preparase porque iba a atarme y cabalgarme hasta vaciarme por completo mis testículos y
dejarlos absolutamente secos durante semanas. Y yo medio asombrado, medio deseoso, solo atisbé a mascullar el:
“¡Hey yo Silver!” del Llanero Solitario, lo que a ella le produjo una carcajada, mientras con su mano guiaba mi polla
hasta el interior de su húmedo y tórrido sexo. Y empezaba su monta hasta llevarme al puro extasis
******r63 Hombre
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Vaya, vaya @******ige, parece que la musa apareció de nuevo y vino a visitarte, ¿o fue Nadia? Bárbaro 👏🏼👏🏼
******ige Hombre
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Autor de un tema 
Solo recuperé un par de relatos que no llegué a publicar hace unos meses. El único nuevo es el bilingüe
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