You Got It - When We Was Fab
Era el año 1989 cuando salió el disco Mistery Train de Roy Orbison, en el que se encontraba You Got It. A finales de 1988 nos había dejado el bueno de Roy. You Got It, quizá por eso, fue un pelotazo en la radio fórmula de la época. Yo era, como correspondía a esos momentos, una bomba de hormonas sin control, todavía en la adolescencia. Fue una de las primeras canciones que aprendí con la guitarra (española, por supuesto) grabándola de la radio. El inglés, que nunca se me dio del todo mal, supongo que a aquellas alturas de siglo sería más inventado que otra cosa.
La cuestión es que, de pronto, al mundo que escuchaba el pop español de la época y no los vinilos de los 50s y 60s de sus padres les comenzó a interesar un tipo que los que no bailábamos en las fiestas conocíamos de sobra, y admirábamos. Oh, Pretty Woman, para algunos, nunca remitió a Julia Roberts.
Aprendí con Roy Orbison que el tema de tener más o menos conocimientos musicales el receptor, o más o menos calidad musical lo emitido, no afectan en absoluto al éxito que un tema pueda tener. Por un lado, porque en el mundo de los
mass media, casi todo es potencialmente vendible si cuenta con la promoción adecuada; por el otro, porque muchas veces el valor de las cosas no está en la cosa en sí, si no en el sentido que le otorgamos. La cuestión del valor de uso y el valor de cambio de la teoría marxista se parece mucho a esta idea, aunque aquí más que cuestiones valorativas entramos en cuestiones sentimentales.
El caso es que el tema de Roy Orbison fue un exitazo aquel año y, sin embargo, la figura de Roy Orbison seguía siendo desconocida... por los mismos que cantaban la canción en aquellos idiolectos del spanglish que tan característicos nos eran a los que empezábamos a estudiar inglés con trece años. Como uno siempre ha sido un poco imbécil, encima me encantaba mostrar al mundo que yo sí que conocía a Roy Orbison, cuando salía el tema o sonaba en presencia de los colegas. Además de ganarme el apelativo de "El Chapas", me gané también muchos metros de distancia de las muchachas de mi cohorte etaria, huyendo del pesado que en lugar de ir, como todos, exhibiendo el desorden hormonal propio de la edad, acudía al roce con ánimo de impartir doctrina.
Lo curioso de estas cosas es que nadie es suficientemente particular como para que no haya alguien parecido en algún lugar. Coincidir en tiempo y espacio, ya es harina de otro costal, pero a veces pasa y pasó aquella vez.
Imagine usted al adolescente que yo era, guitarra española económica, hormonas revoloteando. Imagine una de esas excursiones de instituto en las que, al menos antes, permitían llevar guitarras y demás zarandajas para que los adolescentes no hicieran del todo el mal, sino que pudiera haber algún vicio sano con el que entretenerse. Y claro, en el momento guitarreo, salió quien pidió la canción de moda, o una de ellas. Y "el Chapas" soltó su movida sobre Roy Orbison... y unos chavales más allá, a la izquierda de "El Chapas", una voz femenina salía de un menudo cuerpo para explicar que Roy Orbison había participado en la grabación del primer disco de los Travelling Wilbury's, con Dylan, George Harrison, Tom Petty y Jeff Lynne, poco antes de morir.
"El Chapas" enrojeció como solo "El Chapas" sabía y sabe hacerlo, y buscó con la mirada la fuente de sabiduría de donde había salido esa maravilla de información. No teniendo ni idea de la misma y, además, pasando por beatlemaníaco y fan de Dylan, la mención de George Harrison y del trovador de Duluth hizo que mi sentido arácnido se activase. ¿Cómo, qué...? ¿Dylan y George Harrison, grabando juntos con Roy Orbison y otros dos fulanos de los que, en aquel momento, no sabía absolutamente nada? ¿Después del Cloud Nine de Harrison, que había sido un pelotazo de álbum que dejo para los restos grabado el vídeo de When We Was Fab en mi memoria emocional?
Como ya dije que uno siempre ha sido un poco imbécil, no perdí la oportunidad de sacar a relucir mi idiotez sin límites:
• No creo, porque Harrison acaba de sacar su mejor disco en años... Debes haber leído mal la noticia en la revista que sea que leas...
• Yo tampoco lo creo, yo lo sé. Porque tengo el disco en mi casa, traído por mi hermano que estuvo haciendo el COU en Estados Unidos.
La voz era delicada, la adolescente menuda y con gafas de bastantes más dioptrías que las mías, pero dentro de lo quebradizo de la parte física, su frase era de una contundencia absoluta. Primero, para los adolescentes que éramos, una pequeña lección de epistemología platónica para después atizar el mazazo definitivo. Ni noticia, ni nada: el mismísimo disco en casa, traído de los Estados Unidos, era la fuente de su conocimiento. Había salido de la caverna, había escuchado la verdad y había vuelto para contármela. Aquella tarde, sinceramente, no recuerdo qué canté o si alguien cantó con la guitarra. Sí que sé que averigüé que se llamaba Inma, conseguí el compromiso de que me grabase una cinta con el Travelling Wilburys vol. 1 y, además, terminé aquella excursión de Instituto besando por primera vez a una chica en los labios y fue a ella.
Nunca mantuvimos ningún tipo de relación sexual en el tiempo en el que tuvimos trato: éramos adolescentes y del beso recuerdo el beso, no tengo conciencia de haber intentado tocarla en ningún sitio especial ni que ella hiciese movimiento alguno en ese sentido hacia mí. Pero tengo un recuerdo muy bonito de aquel beso y de aquella chica rotunda en lo discursivo pero quebradiza en voz y aspecto físico. Y durante aquella excursión y los pocos meses que mantuvimos nuestra relación, fuimos fabulosos. Al año siguiente, ella marchó a hacer COU a Estados Unidos, se enfrió el tema y para cuando volvió, ya éramos ambos una historia que recordar para el otro.
La volví a ver en el verano de 2020, tras los confinamientos, durante aquellos momentos estúpidos en los que nadie sabía muy bien cómo nos estaban cambiando la historia. La vi y la reconocí pese a los obvios cambios experimentados en su cuerpo y en su vida, como obviamente en el mío y en la mía. Más de treinta años... imagine usted que lee. En medio de aquel infierno de mundo de 2020, en el que celebrábamos estar vivos aunque acojonados por todo lo que estaba cambiando a nuestro alrededor, la vi al otro lado de la Avenida Primado Reig de Valencia, una mañana que iba al despacho. Estábamos enfrentados, a distancia de cuatro carriles de tráfico, dos carriles bus-taxi y dos carriles bici, con isleta en el centro. Yo iba hacia el centro por la calle Almazora y ella iba hacia la farmacia que hay al comienzo de la calle Alfahuir.
Cuando se paró el tráfico comenzamos a caminar uno hacia el otro, mirándonos directamente a los ojos. El resto del mundo no estaba, sin más. Ni pandemias ni autobuses. Eran los ojos de Inma, la misma que treinta y un años antes me había besado y a la que yo había besado. Llegamos a la isleta y nos quedamos el uno frente al otro. Ella sigue siendo menuda, yo di el estirón a principio de los noventa. Sin mascarillas de por medio. Sus ojos brillaban y los míos empezaron a llorar un instante antes de que lo hicieran los suyos. En esa isleta la abracé y la besé con un beso de adolescente pese al hombre que ya era, con la ternura y el miedo y la alegría del cariño de los dieciséis años mientras a mis cuarenta y siete el mundo que había conocido se estaba yendo a la mierda. En esa isleta me abrazó y me besó con la sabiduría de la mujer que es, con la comprensión que solo las mujeres tienen, con un cariño guardado durante treinta y un años en el fondo del corazón. Posiblemente de habernos visto en 2019 no habría pasado nada más allá del saludo protocolario y las preguntas por la familia. Pero el mundo se nos estaba yendo a la mierda, acabábamos de recuperar parcialmente la capacidad de movernos libremente por la ciudad y seguían inundándonos con el pánico al otro, al contacto, a los besos...
Nos besamos sin maldad, sin lujuria, sin apetito, sin deseo... Nos besamos con la alegría del descubrimiento, con la suerte de estar vivos, de poder anclarnos el uno en el otro y decirle al mundo pandémico que se fuera a tomar por saco, que allí estábamos nosotros, que llevábamos treinta y un años en el beso y que íbamos a seguir treinta y un años más. Ese día mandé un WhatsApp a mi jefe explicándole que iba a teletrabajar porque me había levantado con dolor de cabeza y no se me iba. La acompañé a la farmacia, hizo unas compras, nos tomamos de la mano y fuimos a su casa. Al cerrar la puerta, nos besamos como los adultos que éramos.
Hicimos el amor en su cama de divorciada. Nos mezclamos todo lo habido y por haber: nos tocamos, nos lamimos, nos besamos, nos follamos, sudamos juntos, nos reímos, nos contamos nuestras vidas... Hicimos todo aquello que estaban diciéndonos que no hiciéramos. ¿Fuimos unos irresponsables? Quizá, pero estábamos vivos y decidimos celebrarlo. Fue la única persona a la que besé y toqué durante esos meses de pandemia, a excepción de la que entonces era mi esposa. Como ya no lo es, poco me importa ahora.
Treinta y un años después, seguíamos siendo fabulosos.