El beso blanco
Era un acontecimiento cada vez que quedabamos, siempre de uvas a peras.Sandra estaba mucho más liada desde que su restaurante consiguió la estrella Michelín.
Pero eso sí, nuestros momentos aunque parecían imposibles de igualar, siempre la cita siguiente la superaba.
Nos conocimos en el viaje fin de curso de enología a Burdeos. Ella asturiana, yo alicantino.
Nos unía una pasión conocida, el mundo del vino, y otra oculta a los ojos de todo el mundo,
pero visible entre nosotros desde el primer día. Teníamos una conexión especial, ella reía todas mis gracias, mejorándolas todavía.
Tiene un talento especial para la cata, los aromas los descubre incluso a copa parada, pudiendo así identificar vinos que cató hace meses.
Siempre cuando nos vemos luce una sonrisa preciosa, perenne por su forma de ser optimista y jovial.
En el plano íntimo, las noches, nuestras noches, en esas breves kedadas, eran de disfrutar en la habitación
del hotel casi sin dormir.
Nuestros cuerpos eran uno solo, mezclabamos sudores, jadeabamos en sintonía, y acompasábamos los orgasmos
llegando al mismo tiempo.
Evolucionamos a medida que nos fuimos conociendo, y lo que para todo el mundo era el sexo tradicional nos sabía a poco, nuestro morbo y deseo parecía sin fin, sintonizabamos el placer corporal con el de los sentidos
abiertos de par en par gracias a buenos vinos.
La primera vez que se lo sugerí, vi como se puso ya cachonda en la cena, tras las primeras burbujas con los entrantes.
Subimos rápido a la habitación, renunciamos a los preámbulos, y directamente fue a saco a por mi polla, que ya llevaba tiempo excitada. Pensaba que no podría tenerla entera en su boca, nunca la había sentido así.
Abrimos un chardonnay del Jura, servidas en mis copas Zalto, copas austriacas de mírame y no me toques.
Su despliegue aromático me llegaba a la nariz aun estando posadas sobre la mesita de noche.
Su lengua jugaba con mi glande, bajabas por todo el tallo, y me flipaban sus pequeñas mordiditas a los testículos.
No aguantaba más, iba a dar rienda suelta a un manantial imposible de contener.
Me corrí en toda su boca, mi leche desbordaba entre sus labios, y nos besamos intensamente, llegando a mi interior mi fluido sexual, salado, diferente a lo que pensaba, combinado con su lengua y con un sorbo de este vino blanco,
de breve crianza bajo velo flor, sabores de piña madura, toques de panaderia, y sensaciones de vainilla por sus meses de reposo en barricas de roble francés.
Fue el primero de muchos besos blancos.
El siguiente fue en la Barcelona Wine Week.